viernes, 3 de noviembre de 2017

El Muerto

¡El muerto! ¡El muerto! Todos gritaban con temor. El día anterior enrollado en un petate lo cargaron asta el cementerio, la caminata fue algo distante, el coro nunca dejó de cantar sino asta que fue colocada la lápida. 
¡El muerto! En el sueño de algunas personas días después apareció, no fue la única ves que lo hizo, pedía comida, como si aún estuviera vivo y hambriento. El párroco creyó todo lo que se decía e hizo traer a familiares y amigos:
-¿En vida cuales fueron sus gustos?- Preguntó una y otra vez, el panadero hizo acto de presencia, según él, tenía una deuda con el difunto, pensó que era culpa suya lo que ocurría. 
Días después volvió a suceder lo mismo, ahora lo vieron cantando, bailando y bebiendo licor. Fue muy raro ya que el nunca bebió. La familia mas pudiente del pueblo mandó hacer una cripta muy elegante, aunque para que, el muerto siempre se quejo de ellos, pues le habían robado sus tierras. Y es que así era, como nunca quiso problemas no supo defender lo suyo, por eso lo vieron sembrando día a día bajo el calor del sol. Para vencer el temor mandaron bendecir cirios y veladoras, eran caras obviamente. 
-¡Don Santiago! ¿Porque no las regala?- varios preguntaron al dueño de la única bodega local, pero éste ni caso hizo. Josefina, la hija de la dueña del molino limpio la casa del muerto, vaya tiradero que tenía, pero eso ni le importó, lo hizo de muy buena gana. El pueblo estaba asustado, pues aún con el paso de los meses, el muerto, seguía apareciendo, ahora ya no se conformaba con los sueños. Decían que lo veían descansar en la hamaca de la entrada. 
Todo se había hecho, rezos, velas, misas y hasta guardias en su tumba que según eso ayudaría. El tiempo paso, la gente se acostumbró y ahora solo lo ven caminar llevando unas flores blancas entre las manos y un cigarro en la boca. Y aunque parezca increíble viste igual a un dibujo que hicieron de él. 
El pueblo había hecho su altar de muertos, todos aportaron algo y en su memoria lo dibujó Aurelio, un niño de 12 años. Lo plasmó de traje, flores y cigarro. Esa foto a mano decía todo, el muerto era el profesor del pueblo, que siempre daba de comer a los niños y por las tardes descansaba viendo el atardecer sentado en su hamaca, por eso nadie lo quería olvidar. Hasta que se dieron cuenta que siempre estaría ahí, pero ahora sin causar temor alguno....

Autor 
Mauricio Zamora 
Seudónimo
Corazón de Muñeco

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