-Quiero caminar y sentir la arena. Deseo correr tan rápido como me sea posible y cuando llegue al lugar más lejano me detendré, miraré todo, completamente todo. Dejaré pasar el tiempo, pues no quiero perderme ni un instante de todas las maravillas que ahí podrá haber. Como no llevo nada, me traeré lo que yo quiera. No tengo porque pedir permiso a nadie. También no habrá horario de regreso, así que podré estar un día, dos, una semana o muchos días más. Porque me moveré cuando así lo crea necesario. Si llueve, no importa, me bañare con la lluvia. Si hay viento, mejor aún, podre refrescar mi rostro las veces que quiera. Cuando esté ahí, ya podre decir lo que quiero. Cuanto tiempo he esperado este momento y ahora se que puedo lograrlo. Miraré por última vez donde estoy, donde nací y donde viví. Entonces así será y no hay marcha atrás-
Estas fueron las palabras de un joven cisne. Aquella tarde así le oyeron decir. Los cisnes son un ejemplo de belleza y gracia. La elegancia que tienen es tan natural, que nacen indudablemente bellos. Todos los demás cisnes callaron, hicieron silencio por respeto. Porque un cisne sabe respetar, sabe oír, lo aprende después de nacer. Un cisne es auténtico y tan original como cada uno los días. Pues nunca habrá un día exactamente igual. Los cisnes aprenden del amor cuando por primera vez miran los ojos de su madre. Un cisne sabe siempre lo que quiere y hace que los demás lo sepan, pues su voz para eso se le dio., para ser escuchado y entendido por los demás. La sabiduría se la transmiten los cisnes viejos. Cuando nace un cisne llora el cielo de júbilo y ese llanto ha de cubrir el cuerpo del pequeño cisne.
Minutos después de nuevo el cisne hablo y ahora lo haría frente a su madre....
-Me iré, porque yo lo deseo, seré diferente porque es mi destino., lucharé porque así debe de ser y porque se muy bien lo que quiero. No por lo que los demás quieran-
El cisne lloró, sacándose sus lágrimas abrazó a su madre. Ella lo amaba profundamente.. Y el lo sabía. Esta era una despedida. ¿Temporal? Tal vez, madre e hijo lo sabían. Llegó el día señalado, el cisne partiría. Todos llegaron a despedirlo, abrazos, palabras de cariño y amor. Todos tuvieron algo que decir por última ves. Agradeciendo a cada uno el cisne se marchó., lo vieron partir.
Hoy les aclaro algo, el cisne no era como todos, no poseía una de sus patas y no sabia volar. Pues nunca pudo mover sus alas. Pero era de una convicción inquebrantable y nada lo iba a detener...
Y aquella tarde así lo vieron partir, sin nada y solo lo acompañaría en el camino su fuerza de voluntad!
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