Aquel
falso oro le brillaba en las manos y entumecía sus dedos, pues en forma de
monedas recibía el pago a sus favores. Guardar todo aquello y no ser visto
simplemente no sería posible. La ansiedad y el temor ya eran signos marcados en
su rostro, líneas muy difíciles de ocultar. Quien vio aquella transacción no se
quedaría callado ni ausente ya que también quería su parte y al costo que
fuera, Sin embargo, no sabía que aquellas monedas las había entregado el
destino y nada menos que al hombre, sí., al hombre para ponerlo a prueba y
saber cuál sería su reacción ante la belleza efímera del dinero. El
testigo de aquel trueque no sabía del porque ni del cómo habían sucedido las
cosas, no le importaba, solo pensaba en que también quería lo mismo. Que
ridículo es pensar de esa manera y el tiempo se encargaría en demostrarlo. Pasaron
días enteros y el hombre de las monedas doradas iba perdiendo su afán de vivir,
sus sueños, sus gustos y su fuerza. Aquella
mañana el cielo estaba totalmente diferente, la luz del sol radiante, las aves
bailaban una danza perfectamente ensayada, las sombras de los árboles dibujaban
diversas formas inimaginables. En
una banca de madera el hombre de las monedas de oro se encontraba sentado,
tenía el puño apretado y por en medio de los dedos un hilo de sangre comenzó a
caer, era el resultado de la fuerza ejercida sobre las monedas. Estas ahora
cobraban con su rojo líquido su posesión. El
otro hombre lo había seguido y aun no entendía lo extraño del suceso., a
prudente distancia lo observó, era inquietante la visión aquella. Poco
después totalmente decidido se paró frente a él, pero ya era muy tarde el
hombre había muerto, una a una las monedas caían al suelo encima de un trozo de
papel. Intrigado
el otro caballero se dispuso a levantarlas, ahora tenía lo que había perseguido
y anhelado, sin embargo, reparo en la hoja escrita cubierta de sangre y leyó:
Ayer
pedí al destino que me diera riqueza y a cambio haría lo que se me pidiese,
aquella tarde se me entrego oro, pero al instante me empezó a quemar las manos
ya era imposible soltarlo. Tenía todo el poder para conseguir lo que fuera,
pero mi libertad era ahora presa, fui presa del delirio, de la ambición, de la
soberbia, del rencor, del miedo. El oro se multiplicaba y por consiguiente los
pesares en mi vida., yo... Perdí mi fe y el amor.
Eso
era lo único escrito en el papel aquel, sin firma ni nombre. Un cuerpo frío
yacía sentado, rígido y olvidado. El caballero termino de leer, comprendió todo
al Instante ¿si tomaba las monedas le pasaría lo mismo? ¿Y si las dejaba? ¿O
las ocultaba? Tenía que tomar una alternativa, ser astuto, inteligente. Parado
frente al cuerpo inerte grito: hoy en este día tan maravilloso, este hombre ha
muerto, a sus pies encontraran oro, quien quiera compartirlo que tome lo
necesario y lo comparta, y quien no que siga su camino. El
caballero se marchó feliz, se dio cuenta que no necesitaba el oro, pues tenía
todo, la vida y la luz de un maravilloso sol para calentar su cuerpo y la
gratitud de la gente con la cual compartió el oro del destino, aquella mañana
encontrado.
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