miércoles, 30 de marzo de 2016

La Perla en la Roca

-Saldré a tierra y caminaré por el mundo- Rafael era un joven tiburón, soñador y decidido.
-Deseo sentir el roce del viento, el calor del sol y ver más allá de las montañas- hablaba con un sabio pulpo gris, que atento solo se limitaba a escuchar.
-Quiero correr, brincar, mirar ¿Y porque no? Vivir en el campo y dejar el mar- El pulpo conocía aquellas palabras, él mismo las había pronunciado de la misma manera mucho tiempo atrás.
-¿Qué debo hacer?- preguntó interesado. El pulpo deseaba poder ayudar, contribuir en aquél anhelo y había una posibilidad. Pero el costo sería muy caro... La vida misma.
-La perla en el corazón de la roca- exclamó el pulpo.
-Si la consigues, podrás darla a cambio de lo que desees- El tiburón no sabía de aquello, por lo que pregunto presuroso.
-¿Dime donde la consigo?-
-La perla en la roca es muy extraña, nadie la ha encontrado, se dice que solo la puede ver un ser enamorado profundamente- El tiburón, sabia de la palabra amor, pero no lo había sentido. Entonces como la encontraría.
-En la parte más profunda del océano, ahí deberás empezar a buscar- El tiburón no lo dudo y salió velozmente sin escuchar más.
-¡Rafael! ¡Espera!- grito el pulpo sin ser ya escuchado.
-¡Hay un problema, la perla solo te da un día de vida!- Rafael no oyó esto último. Se había marchado.
La inmensidad del océano se habría paso ante los ojos de Rafael, cosas jamás vistas antes.  Había montañas bajo el agua, flores marinas y muchos otros peces. Una sirena apareció entonces, era presa de un grupo de medusas, Rafael sabía de la existencia de ellas, pero nunca las había visto. La sirena era hermosa, muy muy hermosa.
-Ayúdame- grito con fuerza
-No quiero morir- decía afligida.
Rafael no lo pensó mucho y se abalanzó sobre las medusas. Fue un enfrentamiento mortal, pero aun así logró salvar a la sirena. Rafael estaba envenenado. Moriría si no se le atendía a tiempo. En unos pocos minutos perdió la razón. Pasaron las horas, los días. Era de mañana cuando despertó.
-Donde estoy- pregunto., pero cuando habría de mirar a su alrededor pudo contemplar de nueva cuenta la belleza de la sirena.
-Soy Estefanía,  la hija y princesa del Reino de las sirenas - Rafael estaba asombrado. Su corazón latía apresuradamente. Pasaron algunos días más, Rafael explico sus deseos, gustos y sueños. Pero llego el día de partir. La sirena cómo agradecimiento le dio un collar a Rafael. En sus ojos contenía el llanto. Se había enamorado del tiburón. Pero no se atrevía a decirlo. Rafael se fue al fondo del mar. Sentía tristeza y soledad. Sabía a lo que iba pero ahora dudaba.
Metros adelante llegaría al fondo del océano. Se sentó y recordó todo lo sucedido, en su mente imagino a la sirena y lloró por ella. De pronto un brillo llego a sus ojos. La perla de la roca apareció. Era un sol bajo el mar. Aunque era custodiada por una serpiente marina. Rafael se acercó.
-Que deseas a cambio por la perla- preguntó
-El collar que traes- dijo la serpiente con clara ambición en los ojos.
-Una perla por todas esas tuyas- El tiburón titubeo., era el único regalo que tenia de la sirena. Pero quería caminar sobre la tierra y tendría que pagar. La serpiente hizo el cambio y Rafael regreso.
Con la perla de la roca llego a la playa. Antes de salir recordó a la sirena y se estremeció. Rafael se había enamorado. Ahora era decidir si se iba o no. Sus deseos de cantar, mirar, tocar estaban a un paso, pero quedaría atrás el amor por la sirena. Miro la perla y con todas sus fuerzas la tiró a la playa. Sabía lo que quería. Entregar su amor a la sirena.
Pero para su sorpresa, la sirena estaba detrás de él. La miró y le dijo que la amaba. Que la amaba desde el primer momento en que la vio. La sirena se puso feliz., y saco un collar igual al que le había regalado antes.
-Toma y póntelo, es igual al mío- Los dos se tomaron de la mano y salieron del mar. El collar les dio cuerpo de humanos. Caminaron, corrieron y brincaron. Disfrutaron y conocieron. Las perlas no quitaron su vida. Al contrario los llenó de placeres. Y podían ir y venir. A la tierra o al mar...  Pero definitivamente esas perlas los llevo al cielo.



Tener una perla es igual que un sueño., que entregado con amor siempre se hará realidad y de un valor inigualable



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